ETICA DOCENTE

martes, 25 de noviembre de 2014

¿CUÁNDO ENSEÑAR SE CONVIERTE EN ADOCTRINAR?



 El video de un chico de 11 años ultrakirchnerista fue el tema del día en las redes sociales

 Muchos se manifestaron indignados de que un chico de 11 años se mostrara tan politizado y “adoctrinado”. Otros salieron a defender que estuviera interesado en la política.



¿Qué hace que educar sea loable y adoctrinar reprochable?

¿Cuándo enseñar se convierte en  adoctrinar? ¿La diferencia entre una y otra actividad reside en los contenidos que enseñamos, los métodos que usamos o los objetivos que nos proponemos?

Sugerimos la lectura del texto de la filósofa Adela Cortina en su libro de 1996,    El quehacer ético. Guía para la educación moral.

CAPÍTULO 4. ¿QUÉ ES LA EDUCACIÓN MORAL?


(…)

¿Cuál es esa diferencia entre indoctrinación y educación, que hace que la primera sea indeseable y la segunda, irrenunciable? ¿Reside en el método que utilizamos (¿cómo enseña­mos?) o en el contenido (¿qué enseñamos?).

¿Cuestión de método o de contenido?
            En un trabajo monográfico sobre el tema, conside­raba J. Wilson que la indoctrinación es mala y la educación es buena, y que la diferen­cia entra ambas no podía residir en el método, sino en el contenido por las siguientes razones.
            El método, en el caso de los niños -afirmaba-, no puede ser el racional (la argumenta­ción) porque, como todavía no razonan, sólo podemos llegar a ellos mediante métodos no raciona­les, pero esto no significa que estemos intentando indoctrinarles: simple­mente nos servimos del único método con el que podemos acceder a ellos. La diferencia entre indoctrinación y educación radica entonces -piensa Wilson- en el contenido que les queremos transmitir.
            Ese contenido -prosigue- será educativo si consiste en modelos de conducta y en sentimien­tos que cualquier persona sana y sensata consideraría agradables y necesarios; estos modelos serán racionales porque derivan de la realidad social, más que de valores, temores y prejuicios de los individuos.
            Ciertamente, existe una tradición acreditada que parte en último término de Platón, según la cual hay algún tipo de persona o personas capacitadas para determinar qué es lo mejor en la vida humana y, por tanto, para indicar en qué contenidos debe educarse. Sin embargo, la dificultad consiste en determinar quiénes son esas personas especialmente facultadas y cómo elegirlas. En el caso de Wilson, cómo elegir a esa persona "sana y sensata" que debería actuar como juez respecto de qué contenidos son agradables y necesarios, porque es fácil colegir que distintos grupos presenta­rían distintos candida­tos al oficio de "juez moral", y se negarían a tener por normati­vas las orientaciones de los candida­tos presenta­dos por los restantes.
            Como, por otra parte, no se trata aquí de atender a la opinión de la mayoría, porque la regla de las mayorías es un mal menor en la vida política, y absolutamente inadmisible en la vida moral, cada grupo quedaría con su propio juez, que para él tiene autoridad moral, y consideraría totalmente irrelevante lo que opinaran los "jueces" ajenos.

La meta de la educación
            Por eso parece bastante más acertada la posición de Richard M. Hare, quien considera que la diferencia entre la indoctrinación y la educación reside en la meta que persiguen el "indoctrinador" y el "educa­dor", respectivamente, meta que determinará el tipo de método y de contenido.
            El indoctrinador pretende transmitir unos contenidos morales con el objetivo de que el niño los incorpore y ya no desee estar abierto a otros contenidos posibles; pretende, en definitiva, darle ya las respuestas y evitar que siga pensando: encerrarle en su propio universo moral, para que no se abra a otros horizontes. Éste es el proceder propio de lo que se ha dado en llamar una moral cerrada.
             El educador, por el contrario, se propone como meta que el niño o adolescente piense moralmente por sí mismo, cuando su desarrollo lo permita, que se abra a contenidos nuevos y decida desde su autonomía qué quiere elegir. El educador pone así las bases de una moral abierta.
            La diferencia entre indoctrinar y educar no es, por tanto, una diferencia de método sino de meta.

Para continuar leyendo
Consultar el texto completo en



Cortina A. (1996) El quehacer ético. Guía para la educación moral. Madrid: Editorial Santillana.
Disponible  en


 

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