El conflicto es parte constitutiva de la vida en todas sus
dimensiones. Tiene su origen en la diversidad de los seres humanos y es motor u
oportunidad de cambio y desarrollo, tanto personal como social. Sin embargo, en
nuestra cultura, suele tener una connotación negativa.
Se lo concibe como una desviación del estado “normal” de las
actitudes y comportamientos, se lo asocia a la angustia y al dolor y, por lo
general, se supone que debe evitarse o suprimirse. Incorporamos estas formas de
percibir, de sentir y de actuar a lo largo de nuestro proceso de socialización
y las ponemos en juego en las situaciones de la vida cotidiana.
En este trabajo definiremos conflicto como una
situación en que existen necesidades, intereses, propósitos y/u
objetivos incompatibles o que, al menos, son percibidas así por las partes
involucradas.
Los conflictos son, por lo general, procesos
complejos que se dan en la interacción entre individuos o grupos que mantienen
una relación. Pensarlos como procesos supone que tienen causas que generan su
aparición y que sufren un desarrollo durante el cual se transforman pudiendo
desaparecer, mantenerse relativamente estacionarios o crecer llevando a niveles
mayores de confrontación.
Es conveniente diferenciar entre conflicto y disputa. Para
comprender más claramente esta diferencia podemos realizar una primera
clasificación de los conflictos en abiertos o manifiestos y ocultos o latentes.
“El conflicto abierto es aquel en que las partes involucradas son
conscientes de la situación y actúan de algún modo desde esta conciencia.” El
conflicto se hace, de algún modo, público, se manifiesta como una disputa en la
que cada parte toma una posición o tiene un reclamo explícito que manifiesta en
sus acciones. “Hablamos de un conflicto oculto o latente cuando las
personas implicadas no son conscientes de la situación conflictiva” y, por lo
tanto, no toman intencionalmente acciones en relación con el mismo. Esto no
implica, por supuesto, que el conflicto desaparezca y, también, permite
comprender por qué es positivo que se manifieste: sólo podemos abordar de algún
modo constructivo aquello de lo cual somos conscientes que existe y que nos
afecta.
Otra diferenciación que es importante realizar es
entre conflicto y problema. Un
conflicto puede desarrollarse y manifestarse en una serie de situaciones que se
perciben como problemas y que, en tanto tales, son “solucionables” en el
sentido que habitualmente le damos a encontrar la solución de un problema: éste
desaparece como tal.
Sin embargo, si somos consecuentes con la visión del
conflicto como inherente a la vida humana, queda claro que no todos los
conflictos se “resuelven” como resolvemos un problema.
Muchas veces podemos resolver los problemas vinculados con
un conflicto a través de un manejo constructivo del mismo sin que ello
signifique la desaparición lisa y llana del conflicto sino su evolución o
transformación en una situación que no impide a las partes continuar una
relación positiva. Para que esto sea así se requiere abordarlo en cooperación
con las otras personas involucradas.
Material extraído de
Programa Nacional de Mediación escolar. Cuadernillo Nº 2
Taller de difusión.
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