El 25 de mayo de 1810 -a poco de llegar a Buenos Aires la noticia de que
Sevilla había caído en manos de las tropas de Napoleón- se constituyó en Buenos
Aires el primer gobierno patrio. Reunido en la Plaza de la Victoria, hoy Plaza
de Mayo, el pueblo de Buenos Aires impuso su voluntad al Cabildo y creó la
Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, conocida como Primera Junta.
Se iniciaba así el proceso revolucionario que desembocaría en la declaración de
la Independencia el 9 de julio de 1816.
Los
antropólogos y estudiosos de mitos y rituales coinciden en que la fiesta cumple
una función social importante. Entre otras cosas, da un respiro a la lucha
cotidiana por el
sustento y expresa la solidaridad entre los miembros de una comunidad.
Subrayan, más
allá de sus diferencias e intereses contrapuestos, aquellos rasgos que los
miembros tienen en común y al hacerlo atenúan –por lo pronto momentáneamente–
la intensidad de los conflictos. Frecuentemente lo compartido se refuerza
mediante las burlas a “los otros”, al “rival tradicional”: la metrópoli para
los criollos, los hinchas de River para los de Boca, los extranjeros en general,
y de este modo funcionan como válvula de escape de las tensiones sociales. Al
mismo tiempo, los poderes gubernamentales se apropian y modifican algunos
aspectos de la fiesta a fin de utilizarlos como herramientas al servicio del
control social, es decir, para la conservación del orden establecido.
La celebración de la Revolución de Mayo de 1810 nos
brinda la posibilidad de repensarnos como sociedad. Nos invita a mirarnos en
ese espejo que somos nosotros mismos: nuestros avances, nuestras luchas,
nuestros sentidos y sinsentidos.
Extraído
del documento
Bicentenario : Las
Fiestas Mayas / coordinado por Susana Wolman. -
1a ed. - Buenos Aires :
Ministerio de Educación - Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,
2010. 136 p. ; 30x21
cm. - (Aportes para la enseñanza. Escuela Primaria. Segundo ciclo)
ISBN 978-987-549-425-1
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