Muchos somos docentes de
Formación Ética y Ciudadana o de Ciudadanía y Participación o de Ciudadanía y
Política, como es la denominación de los
espacios curriculares en los planes de estudio de hoy y que otrora llamáramos
Educación Cívica. Entre nuestros contenidos
incluimos la consideración sobre la
cultura política.
Dicen los textos que se manejan en el nivel
secundario que “la cultura política es
un componente básico del juego político cotidiano porque establece lo que la
sociedad puede ver y creer, y lo que se
permite querer y buscar.”(Política y ciudadanía. A. Siede et al. Ed. Estrada
.Bs.As. pág.23)
Según el Diccionario CULTURAPOLÍTICA: Es el conjunto de creencias y valores compartidos, referentes a la
vida en sociedad y al rol de las actividades políticas en la conservación y la
orientación de la cohesión social; conjunto de actitudes fundamentales que
permiten el ajuste mutuo de los comportamientos o la aceptación de actos de
autoridad que tienden a imponer ese ajuste. (Lagroye).
En el artículo, Ballottage y cultura política Peirone, docente e investigador
de la Universidad
Nacional de San Martín, analiza el comportamiento político de
las argentinos desde la perspectiva cultural y comunicacional para concluir que
hay nuevas formas de hacer y entender la política.
De ese artículo compartimos estos
párrafos:
Resulta interesante el modo en que el ballottage dinamizó la (inter)acción comunicativa más allá de las organizaciones políticas, que despliegan su propia operatoria de manera orgánica y estratégica. No es un accionar uniforme pero denota, en diferentes dimensiones, la cultura política sobre la que sopesamos el futuro nacional. En lo individual, el ballottage conlleva una interpelación que se asume y resuelve con rigor y responsabilidades bien diversas, tan diversas como la cantidad de votantes que el próximo 22 están en condiciones de acudir a las urnas. Pero también tiene una dimensión social, que en muchos casos funciona como una alteridad de lo individual. Me refiero a la dinámica de una sociedad extensa y heterogénea que se ve obligada a definir la suerte común eligiendo a uno de los dos candidatos que más votos sacaron el 25 de octubre. En Argentina esta situación es inédita y nos permite observar el modo en que capitalizamos la experiencia política acumulada desde la vuelta a la democracia hasta nuestros días.
El modo en que la ciudadanía ha tomado la iniciativa frente al dilema que plantea el ballottage, asumiéndose como un actor central de la disputa, habla de nuestra cultura política. Lo podemos ver en la decisión de muchísima gente que como una estampida de marabuntas ha emprendido campañas personales por fuera de las estrategias orgánicas. En la infinidad de ciudadanos que con inventiva y responsabilidad amplifican sus argumentos confrontando el coro uniforme de los medios concentrados. En la decisión de trascender sus círculos de relaciones, porque entienden que en las actuales circunstancias no tiene sentido seguir hablándole a “los propios”, y salen a pegar carteles en los contenedores de basura; a matear y parlamentar en las plazas; a pintar murales y grafitis; a crear memes y postear imágenes retocadas en las redes sociales; a plantear preguntas en los colectivos, en los trenes y en los subtes, a componer canciones y videos que después suben a YouTube. Esta dinámica pone de manifiesto la lectura que se hace de la complejidad actual y la consideración que se tiene del otro, como alguien con el que, a través del diálogo, la memoria y los ejercicios comparativos, puede haber entendimiento en la diferencia.
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