¿De qué clase es la autoridad específicamente escolar, esto es la del docente sobre el alumno?
Históricamente, el dispositivo escolar supone
que la autoridad del docente es, en principio, de tipo racional-burocrática, en la medida en que descansa sobre un diseño institucional que
prescribe una asimetría entre el docente y el alumno en el que el primero detenta
poder sobre el segundo. Asimismo y en condiciones ideales esta autoridad racional- burocrática se ve
respaldada ulteriormente por una delegación de la autoridad tradicional
de
los padres hacia los maestros (en esos casos en que la escuela es concebida
como “segundo hogar” y la maestra como “segunda madre”) que provee un refuerzo enorme a la primera. A esto cabe agregar en ocasiones
excepcionales el eventual carisma de un docente, fundado en la admiración por
el conocimiento o por el despliegue del mismo que se realiza en el proceso de
enseñanza: allí donde ocurre esta tercera clase de autoridad agrega un nivel
adicional de eficacia a la tarea docente, pero esta claro que la misma no es,
en principio, indispensable para el ejercicio de esta autoridad escolar,
en la medida en que no todos los docentes son reconocidos como excepcionales.
.
“!Ud. no es quien para mandarme!” dicen
los alumnos inmersos en instituciones jerárquicas estalladas, con las
autoridades tradicionales sospechas y erosionadas por la crítica constante
desde la “lógica de la modernidad”.
Por su parte, el carisma fundado en el conocimiento va
siendo progresivamente reemplazado por otro atributo excepcional sobre el cual
los docentes intentan basar su autoridad, y que es lo que habitualmente se llama
“la buena onda”. Ciertamente, un docente puede acumular esta forma de carisma
llamada “buena onda” y ser reconocido como excepcional a ese titulo por sus
alumnos. Pero el problema es que esa forma especifica de carisma
incompatible con cualquier intento por ejercer una autoridad que se considera siempre
“desagradable”.
La autoridad
escolar atraviesa una crisis sostenida. Y esta crisis crea un vacío
que intenta ser llenado con alguna
forma alternativa de ejercicio del poder. Pero el problema es que, desaparecida la autoridad,
la única opción que parece quedar abierta para el ejercicio del poder es la de
la coacción, es
decir, el uso de la fuerza o de una amenaza de uso de la misma para intentar
imponer la propia voluntad, o para resistir el intento de otro por imponerla.
Este reemplazo de la autoridad por la coacción (que, como
hemos visto, es su contraria) ha efectivamente ocurrido en forma generalizada –
aunque no uniforme – en los escenarios escolares contemporáneos, y esto nos
permite explicar cómo y por qué, en principio, muchas escuelas puedan aparecer
a simple vista como muy conflictivas, es decir, como escenarios
donde todo intento por establecer autoridad implica un
conflicto abierto que es la marca del fracaso en lograr el consentimiento y la
legitimidad que la misma implica de suyo.
Noel G. (et al.) (2009) La
violencia en las Escuelas desde una perspectiva Cualitativa. Observatorio
Argentino de violencia en las Escuelas. Ministerio de Educación de la Nación. Cap. III
“Violencia en las escuelas y factores institucionales. La cuestión de la autoridad”
por Gabriel Noel. Pp. 37a 49
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